La navidad es una fecha de mucho valor e importancia, rendimos honor a nuestro Salvador Jesús; conmemoramos el nacimiento de quien vino a dar todo por nosotros a esta tierra.
Generalmente, recordamos sus hazañas religiosas, milagros de sanación, de salvación, entre otros. Pero casi nunca reflexionamos sobre sus cualidades de ser humano. Con motivo de esta navidad, les comparto algunas de sus características más importantes, destacadas en una publicación del 2008, para que meditemos y tratemos de imitarlas.
Jesús fue razonable y equilibrado. Aunque es verdad que, como él mismo dijo, “no [tenía] dónde recostar la cabeza”, nunca llevó una vida extremadamente austera ni esperaba que otros lo hicieran (Mateo 8:20). La Biblia indica que asistió a algunos banquetes (Lucas 5:29). De hecho, el primer milagro suyo del que se tiene constancia —convertir el agua en vino durante un banquete de bodas— demuestra que no rehuía el trato con las personas (Juan 2:1-11). Así y todo, siempre dejó claro qué era lo más importante para él: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” (Juan 4:34).
Fue abordable. La Biblia presenta a Jesús como una persona cariñosa y agradable. A él no le molestaba que la gente se le acercara para contarle sus problemas o para plantearle preguntas complejas. En cierta ocasión, una mujer que llevaba doce años enferma aprovechó que una muchedumbre lo rodeaba para acercarse inadvertidamente y tocarlo, pensando que así se curaría. Jesús no se sintió ofendido por aquella acción, que algunos considerarían insolente. Al contrario, él le dijo con ternura: “Hija, tu fe te ha devuelto la salud” (Marcos 5:25-34).
Manifestó compasión. Sin duda, una de sus mayores virtudes fue saber ponerse en el lugar de los demás para comprender cómo se sentían y poder ayudarlos. Así, cuando Jesús vio a María llorando por la muerte de su hermano Lázaro, “gimió en el espíritu y se perturbó” y finalmente “cedió a las lágrimas”. Por lo que cuenta el apóstol Juan, era obvio que Jesús sentía un gran cariño por aquella familia y que no le avergonzaba exteriorizarlo. ¡Y cuánta compasión demostró al resucitar a su amigo! (Juan 11:33-44.)
Fue comprensivo. Aunque él era perfecto, no esperaba que los demás lo fueran ni se sentía superior a ellos; tampoco actuaba precipitadamente, sin pensar. En cierta ocasión, estando Jesús invitado en casa de un fariseo, una mujer “conocida en la ciudad como pecadora” quiso demostrar su fe y aprecio bañando con lágrimas los pies de Jesús. Este no se lo impidió, para sorpresa de su anfitrión, que sí la juzgó con dureza. Jesús percibió la sinceridad de aquella mujer y, en vez de condenarla por sus pecados, le dijo: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”.
Fue imparcial y respetuoso. Los Evangelios indican que Jesús sentía un cariño especial por su discípulo Juan, quizás por tener personalidades afines o por estar emparentados.* Sin embargo, él nunca lo favoreció por encima de los demás (Juan 13:23). De hecho, cuando Juan y su hermano Santiago le pidieron puestos destacados en el Reino de Dios, Jesús les contestó: “Esto de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía darlo” (Marcos 10:35-40).
Se comportó como un hijo y hermano responsable. Parece que José, su padre adoptivo, murió cuando Jesús todavía era joven. Así que es probable que él se haya encargado de mantener a su madre y a sus hermanos menores trabajando de carpintero (Marcos 6:3). Aun estando a punto de morir, no dejó de preocuparse por su madre y por eso le pidió a su discípulo Juan que la cuidara (Juan 19:26, 27).
Supo ser un buen amigo. Jesús fue el mejor de los amigos. ¿Por qué? Él nunca se alejó de sus amigos porque cometieran errores, aun cuando los repitieran una y otra vez. Es cierto que ellos no siempre actuaron como a Jesús le hubiera gustado. Aun así, él les demostró su amistad concentrándose en sus buenas cualidades, en vez de atribuirles malos motivos (Marcos 9:33-35; Lucas 22:24-27). Tampoco les impuso sus opiniones. Al contrario, los animaba a expresarse con libertad (Mateo 16:13-15).
Demostró ser un hombre valiente. Jesús no era el personaje débil y sin voluntad que pintan muchos artistas; al contrario, era enérgico y fuerte. En dos ocasiones echó del templo a los mercaderes con sus artículos (Marcos 11:15-17; Juan 2:14-17). También demostró valor al enfrentarse a una agitada muchedumbre que buscaba a “Jesús el Nazareno” para arrestarlo. “Soy yo”, dijo sin miedo. Y luego, para proteger a sus discípulos, añadió: “Si es a mí a quien buscan, dejen ir a estos”